"La perturbación emocional no es creada por las situaciones sino por las interpretaciones de esas situaciones" (Epicteto, siglo I d.C.).
Para explicar los problemas emocionales, hay que tener en cuenta la forma de pensar del individuo, la manera como interpreta su ambiente y sus circunstancias y las creencias que ha desarrollado sobre sí mismo, sobre otras personas y sobre el mundo en general.
Si estas interpretaciones o creencias son ilógicas, poco empíricas y dificultan la obtención de las metas establecidas por el individuo, reciben el nombre de "irracionales". Esto no significa que la persona no razone, sino que razona mal, ya que llega a conclusiones erróneas. Si, por el contrario, las interpretaciones o inferencias del individuo están basadas en datos empíricos y en una secuencia científica y lógica entre premisas y conclusiones, sus creencias son racionales, ya que el razonamiento es correcto y la filosofía básica de esa persona es funcional (Ellis, 1982; Ellis y Becker, 1982).
Podemos afirmar que en el ser humano hay dos tendencias básicas, naturales o biológicas: una de ellas es la facilidad con que las personas, no importa lo racionalmente que hayan sido educadas, a menudo tienden a polarizar rápidamente sus deseos personales o sociales hasta exigencias rígidas y absolutistas. La otra es que las personas tienen el potencial para desarrollar la habilidad de identificar, cuestionar o debatir y cambiar dichas exigencias, si así lo desean.
Somos responsables de nuestra forma de pensar, sentir y comportarnos.
Durante nuestro aprendizaje, el medio ambiente ha jugado un papel muy importante a la hora de adquirir nuestras ideas y emociones inapropiadas; sin embargo, esto no justifica que la persona esté condenada a pensar, actuar y sentir de manera irracional, sin que tenga ningún control sobre ello, ni la esperanza de poder modificarlo por un largo período de tiempo.
Examinémonos, asumamos el control y tomemos la decisión de cambiar o no.
Para explicar los problemas emocionales, hay que tener en cuenta la forma de pensar del individuo, la manera como interpreta su ambiente y sus circunstancias y las creencias que ha desarrollado sobre sí mismo, sobre otras personas y sobre el mundo en general.
Si estas interpretaciones o creencias son ilógicas, poco empíricas y dificultan la obtención de las metas establecidas por el individuo, reciben el nombre de "irracionales". Esto no significa que la persona no razone, sino que razona mal, ya que llega a conclusiones erróneas. Si, por el contrario, las interpretaciones o inferencias del individuo están basadas en datos empíricos y en una secuencia científica y lógica entre premisas y conclusiones, sus creencias son racionales, ya que el razonamiento es correcto y la filosofía básica de esa persona es funcional (Ellis, 1982; Ellis y Becker, 1982).
Podemos afirmar que en el ser humano hay dos tendencias básicas, naturales o biológicas: una de ellas es la facilidad con que las personas, no importa lo racionalmente que hayan sido educadas, a menudo tienden a polarizar rápidamente sus deseos personales o sociales hasta exigencias rígidas y absolutistas. La otra es que las personas tienen el potencial para desarrollar la habilidad de identificar, cuestionar o debatir y cambiar dichas exigencias, si así lo desean.
Somos responsables de nuestra forma de pensar, sentir y comportarnos.
Durante nuestro aprendizaje, el medio ambiente ha jugado un papel muy importante a la hora de adquirir nuestras ideas y emociones inapropiadas; sin embargo, esto no justifica que la persona esté condenada a pensar, actuar y sentir de manera irracional, sin que tenga ningún control sobre ello, ni la esperanza de poder modificarlo por un largo período de tiempo.
Examinémonos, asumamos el control y tomemos la decisión de cambiar o no.
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